Sobre el Hombre Topo

SOBRE EL HOMBRE TOPO:

Somos un grupo de producción literario e intelectual definido por su obsesión por la crítica cultural, la escritura, el cine, la filosofía y la traducción. Esperamos difundir ideas, textos, traducciones, fragmentos inteligentes de una luz no tan lejana.
Escriben en esta revista: Franco Bordino, Matías Rano, Gustavo Roumec, Tiépolo Fierro Leyton, Juan M. Dardón, Tomás Manuel Fábrega y Xabier Usabiaga.

lunes, 28 de enero de 2013

Dos poemas de Tiépolo



MAYÉUTICA

¿Qué fue primero
La duda o la pena?
De un nombre oí hablar,
Clavaste tu sombra en mis dientes.

*********************************

NO HE PENSADO

Cambiaste de fe
En la sombra del café quitasueño,
Y tu amor desapareció
En el vespertino smog del medio día.
La luz tardía de hoy se confunde
En la herrumbre de las flores,
Sus pétalos caen,
Amamantan colillas huérfanas.
Y cuando ella venga,
Medianoche, sembrarás la arena de mi amnésico reloj.


AUTOR: Tiépolo Fierro Leyton

Él sólo aguarda



Como un árbol copulado por la brisa,
Baila entre los otros árboles del bosque.
Siente que le desgarran el alma
Con el hacha de unas sórdidas palabras.

Como un árbol destilando saliva,
Brama y se unta de polvo sus ramas.
Ya los pájaros le han devorado sus frutos,
Y una canción de adiós lo despierta en la mañana.

Como un árbol reseco por la vida,
Callado y mudo, baldío e inmóvil, a sí mismo se habla.
El pobre ansía que el tiempo lo cubra, lo envuelva.
Con hiedras se le cierren los ojos, con tierra se le abrigue el corazón.

Como un árbol, que no puede dormir.
"La noche le murmura con su lunar luz de luna".
Tal vez los sueños se evaporen como su vaho,
Quizá ellos mismos han plantado sus raíces en la tierra.

Como un árbol a la espera del leñador,
Espera y aguarda para que le despedacen la vida.
Su lejano amor al irse un vacío exagerado le dejó,
Cuando ese amor vuelva puede que el invierno haya llegado.

Ella necesitará madera para encender la chimenea...


AUTOR: Tiépolo Fierro Leyton

Un pequeño momento



Movimiento,
Rostros,
Fronteras,
Una leve angustia.
Las sombrillas naranjas
Ahora se posan sobre la yerba ennegrecida,
Lo ausente rara vez se convierte
En una escases fútil y comprensible,
¿De qué?, de negros paraguas
Que se elevan de entre las flores.


AUTOR: Tiépolo Fierro Leyton

miércoles, 23 de enero de 2013

Canción, canción



desearía callar tus pasos,
que no resuenen
tan pesados
en mi noche.

desearía borrar la sangre
-sangre aun tibia-
que te cubre,
que ya no ciegue más
mis días.

Para mirar más allá, mirar
Desde un punto al otro, más allá,
Y no perderme entre los
Cercos más allá de tu cuerpo.

Ay una noche sin tanta noche
Ay una ausencia de risa seca
Ay la carga de ayer
Ay camino, sólo camino
Ay la verdad fría y en tinta da
Ay hay ahí alguien que nos mira
Que nos lee, que nos

Ay va con mi do, con mi dolor, va y vaya
Y no vuelva,
cierre la puerta
Y no vuelva

Ay
desearía,
desearía
Desearía callar tus ecos de tul
Tu seco eco y tus cercos
Callarlos y derribarlos
desearía.


Autor: Gustavo Roumec.

El mendigo y la noche


Pasos a lo lejos. Escucha. No se sabe si van o vienen. O si ya pasaron y son una réplica. Como si se tratara de reflejos furtivos de pasado y bohemia.
¿Y la luna? ¡Qué decir! No da pista alguna.
Los ecos del grito primero –ese mismo que ahora se pierde en la inmensidad del silencio- se apagan perezosos y entre dientes.
¡Magia, magia!- grita el mendigo, sin dientes. Se apura, escudriña entre las sombras, quiere saber quién viene, quién va o de dónde viene o va.
¡Maldiciones, brujería, barco a tientas y azares! ¡Muéstrate, enseña tus zarpas demonio o dios! Quiero verte-
Silencio.
Los pasos ya no son, no se olfatean en el aire espeso, oscuro. Alguien gime. O son las sombras que raspan los adoquines. El mendigo presiente el peligro que acecha, en sus entrañas siente el multiplicarse del temor y la fatalidad. Camina abriendo sus brazos y golpeando retazos de neblina de medianoche.
-¡Maldiciones, brujería, barco a tientas y azares en la noche de mi muerte! ¿Quién vive, quién muere? ¡Muéstrate, enséñate, que ya la vida me abandona y quiero conocerte, demonio o dios!
Nada. La nada como respuesta única y final. Entre él y unos pasos lejanos, infinitamente inasibles, yace la prostituta, degollada y humeante de sangre tibia en la noche fría de su muerte.


Autor: Gustavo Roumec

El martillo y la memoria


Mientras espero
Martillo los dedos de mi mano hasta destrozarlos.
Mis uñas vuelan por el aire,
La sangre brota y corre por la mesa,
cae a tierra.
Cae sobre las fosas sin memoria.

Miro hacia arriba,
Las nubes pasan.
Una, dos y ya no veo más,
Porque me desvanezco
Pensando en mi mano
Que ya no escribirá.

Te busco y encuentro desvelo,
No puedo tocarte,
No con esta mano
Que ya se pudre.

El martillo cae de nuevo con fuerza,
Esta vez sobre mis rodillas.
Ya no quiero caminar,
Me quedo aquí a esperar.
Espero justicia, espero el perdón de los años.
La tragedia vuelta risa
En bocas amigas.
Espero a mi lengua que se afile
Y corte.
Espero, espero,
Espero, espero.
Espero sin uñas,
doblado de dolor,
aferrado a mis rodillas llorando,
pero feliz
porque sé qué esperar.


Autor: Gustavo Roumec.

lunes, 21 de enero de 2013

La muerte espiritual




Tú siempre te has equivocado. Como yo, como todo hombre, te has dejado deslizar sobre pendientes fáciles y vanas. Tu espíritu no ha viajado sino en sueños hacia la verdad; tus más bellas teorías se desvanecen ante el muro de las apariencias. Este velo de formas coloreadas, de sonidos, de diversas cualidades sensibles, tan fácilmente declarado ilusorio, es sólido sin embargo. Es de allí de donde has partido; pero tomaste una puerta falsa. O más bien, has creído partir; te has dormido en el umbral y has soñado tus creencias sobre el mundo y sobre el espíritu.

Hoy yo te espero en el umbral. Intentaremos nuestros primeros pasos juntos. Ante todo te pido que mires lo que te rodea, en este momento, con la mayor simplicidad. Ve lo que se te presenta. Sobre todo, no empieces a cuestionar la realidad de este mundo: ¿en nombre de qué la juzgarías? ¿Sabes acaso lo que es la realidad absoluta? Quienquiera que emprenda un viaje debe partir del lugar donde se encuentra; no debe creer que el viaje ya ha sido realizado por tener en sus manos un itinerario preciso y detallado; la línea que ha trazado sobre un mapa sólo tiene sentido si él puede fijar el punto donde él está actualmente. Tú, también, búscate. Es decir: despierta, encuéntrate: el lugar donde te encuentras es el estado actual de tu conciencia, tomada con la totalidad de su contenido; es de allí de donde debes partir. Y toda nuestra especulación nunca será más que el itinerario de un viaje posible.

Toda metafísica que se basta a sí misma se parece al vano placer de un hombre que pasa su tiempo leyendo guías e itinerarios, combinando trayectos en un mapa, y creyendo que viaja. Hasta hoy los filósofos parecen no haber hecho otra cosa; o de lo contrario, si algunos llegaron a hacer viajes reales, ninguno ha sabido cómo hacerlo aparecer; y de esta manera, toda filosofía, incluso la que fue vivida por su creador como una experiencia real, sigue siendo un  juego estéril, un juego inútil, para los hombres.

La prueba que te propongo llevar a cabo junto conmigo puede resumirse en dos palabras: permanecer despierto. Ante todo te pedí despertar, constatar de qué tienes conciencia en este momento. Tienes conciencia de un cambio continuo. Además, has sentido, bajo una u otra forma, una necesidad de llegar a ser algo que no eres todavía; pero es posible que –comprendiéndome mal- declares que no sientes nada semejante; aún entonces puedes experimentar que, si aceptas pasivamente las condiciones que se imponen a tu conciencia, duermes. Despertar no es un estado, sino un acto. Y los hombres están despiertos con mucha menor frecuencia que lo que sus palabras tienen la pretensión de hacerlo creer.

Tal hombre despierta por la mañana, en su cama. Apenas se ha levantado, ya está dormido otra vez; al entregarse a todos los automatismos que hacen que su cuerpo se vista, salga, camine, vaya  a su trabajo se agite de acuerdo a  la regla cotidiana, coma, hable, lea el periódico –ya que es en general el cuerpo sólo quien se ocupa de todo esto-, mientras hace todo esto, él duerme. Para despertar haría falta que pensara: “toda esta agitación está  fuera de mí”. Haría falta un acto de reflexión. Pero si este acto desencadena en él nuevos automatismos, los de la memoria, los del razonamiento, bien podrá su voz afirmar que aún sigue reflexionando, pero él se ha vuelto a dormir. Así que puede pasar días enteros sin despertar un solo instante. Basta que pienses tú en esto estando en medio de una multitud, y te verás rodeado de una masa de sonámbulos. El hombre no pasa, como se dice, un tercio de su vida durmiendo, sino casi toda su vida durmiendo con ese verdadero sueño del espíritu. Y al sueño, que es la inercia de la conciencia, no le cuesta mucho atrapar al hombre en sus redes: ya que éste es natural y casi irremediablemente perezoso, quisiera despertar, es cierto; pero como el esfuerzo no le agrada, él quisiera  -e ingenuamente lo cree posible- que este esfuerzo, una vez realizado, lo coloca en un estado de despertar definitivo, o al menos de alguna duración; así, queriendo descansar en su despertar, se duerme. Así como uno no puede querer dormir, pues querer, sea lo que sea, siempre es despertar; así tampoco puede uno permanecer  despierto si no lo quiere en todo momento.

Y el único acto inmediato que puedes cumplir es despertar, es tomar conciencia de ti mismo. Entonces, vuelve tu mirada sobre lo que crees haber hecho desde el comienzo de este día: quizás es la primera vez que te despiertas realmente; y es sólo en ese instante que tienes conciencia de todo lo que has hecho como un autómata, sin pensamiento. En su mayoría, los hombres nunca despiertan siquiera hasta el punto de darse cuenta de haberse dormido. Ahora, acepta –si quieres- esta existencia de sonámbulo. Tú podrás comportarte en la vida como ocioso, como obrero, campesino, comerciante, diplomático, artista, filósofo, sin despertar nunca, sino cada cierto tiempo; justo lo necesario para gozar o sufrir de la manera como duermes; sería incluso tal vez más cómodo –sin cambiar nada de tu apariencia- no despertar en absoluto.
Y como la realidad del espíritu es acto, no siendo nada la idea misma de “substancia pensante” cuando no es pensada en el presente, en ese sueño, ausencia de acto, privación de pensamiento, no hay nada: es realmente la muerte espiritual.
Pero si tú elegiste ser, has emprendido un camino muy duro, siempre en subida, y que reclama un esfuerzo a cada instante. Tú despiertas: e inmediatamente debes despertar otra vez. Despiertas de tu despertar: tu primer despertar aparece como un sueño a tu despertar profundo. Por esta marcha reflexiva la conciencia pasa perpetuamente al acto.
Mientras que los demás hombres, en su gran mayoría, no hacen más que despertar, dormir, despertar, dormir; subir un escalón de conciencia, para volver a bajarlo de inmediato, sin elevarse jamás por encima de esta línea zigzagueante. Tú te encuentras y te reencuentras lanzado en una trayectoria indefinida de despertares siempre nuevos, y como nada vale sino para la conciencia que percibe, tu reflexión sobre este despertar perpetuo hacia la más alta conciencia posible constituirá la ciencia de las ciencias. Yo la llamo METAFÍSICA; pero, por ciencia de las ciencias que sea, no olvides que ella jamás será sino el itinerario trazado por adelantado, y a grandes rasgos, de una progresión real. Si lo olvidas, si crees haber acabado de despertar porque has establecido por adelantado las condiciones de tu despertar perpetuo, en ese momento, otra vez te quedas, te quedas dormido en la muerte espiritual.


Traducción: Dardón & Bollini

viernes, 18 de enero de 2013

Lavado



Hoy me acordé de una vez que mi vieja llevó ropa al lavadero. Entre esa ropa había un pantalón de mi viejo y en un bolsillo de ese pantalón, plata. Más de cien, creo.
Cuando mamá volvió a casa, después de dejar la ropa, mi papá empezó a preguntar dónde estaba el pantalón, mamá le dijo que lo había llevado a lavar.
Empezó una escena muy violenta, papá se alteró. Mamá lloró. Puede ser, no me acuerdo, pero puede ser que mi viejo haya golpeado a mamá.
Mi vieja dio a entender que ese enojo era justo. Que lo que hacía mi viejo estaba bien, que ella era tarada por haber perdido la plata. Le pidió perdón a mi viejo.
Después acompañé a mi vieja al lavadero, después de la escena violenta.
El tipo del lavadero le dijo a mi vieja que se calmara. Le devolvió la plata. Me parece que mi vieja todavía lloraba. La plata estaba mojada.
Hubo violencia y tensión, como una cuestión de vida o muerte, hasta que mi vieja recuperó la plata.
Cuando recuperó la plata hubo alivio, fue como un susto enorme, como si alguien de la familia hubiese estado por morir y se hubiese salvado de milagro.
Yo tenía siete u ocho y no me acuerdo con precisión, pero me acuerdo de la tensión que se vivió. Me acuerdo de mi vieja diciendo que merecía el castigo por irresponsable. Fue como si hubiera dejado ir a mi hermanita con un desconocido y que ese desconocido resultara ser un degenerado.
En esa época este tipo de situaciones me parecían naturales. Hoy lo que más me duele al recordarlo es la alegría que tuvimos en casa cuando mamá y yo volvimos con el dinero.

AUTOR: Matías Raño

Casa



La tormenta llegó acompañada del corte de luz.
Federico y su papá dieron por terminado el arco a arco que jugaban en el baldío y corrieron a la casa. No tuvieron problemas para abrir la puerta, sí para cerrarla: el viento.
Pasó la tormenta —según la radio a pilas: tres tormentas juntas—, y las luces de los coches iluminaban la calle.
Flavia filmó a papá y mamá charlando a la luz de la vela; a Francisco durmiendo y a su hermano Federico iluminando la página del libro con una linterna.
La casa era estrecha. Eso generaba muchos conflictos; la convivencia en dos ambientes no era fácil: Federico había pegado el estirón de los 16, Flavia había comprado un biombo para separarse de los hermanos. Pero según papá la mudanza a la casa de dos plantas era cuestión de semanas.
El día después de la tormenta fue feriado.
La familia salió a pasear en coche. Flavia filmó una plaza en la que todos los árboles estaban arrancados de raíz. También filmó reuniones de vecinos, y en el audio quedó el comentario del padre: “También es un evento social”.
Quisieron ver algo: la casa de dos plantas.
Llegaron a la esquina, un montón de troncos cortaban el paso. Pararon el coche, Federico y su papá bajaron, el resto de la familia se quedó en el coche.

En el camino, más de una casa había sufrido la tormenta. Había un paredón y después del paredón la casa de dos plantas:
El techo quebrado formaba una V, las tejas dispersas por todo el terreno también habían caído sobre el coche del vecino. De los caños sueltos salían chorros de agua.
Federico se acordó del infarto de su papá: el hombre había colgado el teléfono, se había agarrado el pecho y se había sentado en una silla. Ahora podía pasar lo mismo, lo que hizo Federico fue abrazar a su papá, hasta sofocarlo. Pasada la eclosión lo soltó.
Se fueron sin volver a mirar la casa, o lo que había quedado de ella.
En el camino de vuelta al coche se encontraron con las mujeres y el chiquito. No vean, dijo Federico, y todos volvieron al coche: Flavia filmando, el chiquito y Federico jugando una carrera, mamá y papá abrazados como cuando eran novios.

AUTOR: Matías Raño

Cerca del mar




Se mudaron acá porque el mar está cerca, pero también por lo cerca que está el hospital. Fue en los primeros días de mis vacaciones, poco antes que me pusiera a escribir mi librito de poemas. Libro que no voy a mostrar, tampoco el diario. Los dos son muy personales.
Llegaron cerca del mediodía. La madre conducía. El hijo mayor iba de acompañante. No soy chismosa, por eso dejé de mirar. Aunque noté que para bajar a la muchacha -que no llegué a ver- del asiento trasero hicieron todo una ceremonia.
Todos los días me ponía a escribir, sin pausa, pero sin prisa. Los dos ventiladores que me gané en la empresa me salvaron la vida. Uno rotaba, el otro estaba fijo. Les dediqué un poema. ¿Ir a escribir al mar? No, para mí eso no tiene novedad. Uno de esos días, mientras escribia -eran como las tres y pico- me di cuenta de que el pelo me estaba poniendo nerviosa. Llamé a Alberto. El siempre está bien predispuesto para su clienta de siempre. A pesar de que no soy ninguna de esas mujeres que se pasan la vida en la peluquería.

- ¡Ay, pero obvio, Vivian! Haría esperar a la presidenta de la nación con tal de atenderte a vos.
A él le encanta llamarme Vivian. Venir a verme le da la posibilidad de repetirlo una y otra vez.
Vino con su equipo y una cerveza artesanal.
-¿Qué, vas a elevar una nota a la muni para que limpien las calles?-Dijo en broma al ver la máquina de escribir sobre la mesa. Le conté que estaba aprovechando mis vacaciones para saldar una cuenta que tenía pendiente desde muy pendeja
- ¡Ah, pero mirá que hija de puta! No la tenía a la Vivian ahí.

Me acomodé frente al espejo, pero unas voces muy jóvenes nos interrumpieron. Me acerqué a la ventana. Tenía puesto uno de esos baberos gigantes de peluquería. En la vereda había dos muchachitas de unos dieciséis años. La pecosa, con bastante timidez, me preguntó:
- ¿Nos dijeron que Emilia... se mudó acá?
La otra la apartó, y sin timidez describió a Emilia : Está muy chupadita, fue una de las cosas que dijo. Imaginé que se trataba de los vecinos nuevos con los que yo compartía pasillo.
- Ah, sí- dije- tocá el B.
Noté que la pecosa escondía un pomo de nieve. Con Alberto nos quedamos un momento mirando. A dúo llamaban a Emilia. En eso llegó el hermano de Emilia, con ropa de playa y una de esas planchas de surf y dijo: “Ya la ayudo a salir, jeje” Esa vez tampoco pude ver a Emilia, sólo escuchar algo de su voz débil. Yo no podía sacar la cabeza por la ventana, quedaba feo. La pecosa tiró apenas un chorrito de nieve y después seguro abrazó a Emilia. Volvíamos a lo nuestro cuando oímos el despliegue. Todos los compañeros de curso de Emilia estaban en la vereda. Abrieron una bandera en la que un hada estaba encadenada, por un pie, a un árbol.
- Me muero- dijo Alberto, llevándose la mano al pecho; creo que estaba por llorar.
Los ruidos siguieron hasta el anochecer. No tengo idea de los horarios en vacaciones. Mientras tomábamos esa cerveza suave, le pregunté a Alberto por qué no tenía su propia academia.
- ¿Acá? ¿Pero vos viste en las condiciones que están los locales? Son una calamidad. Los baños son imposibles. Yo tenía que salir a hacer pis al cordón.
- ¿En serio?
Se rió tanto de mi ingenuidad que yo lo acompañé. Se fue antes de medianoche. Y me puse a escribir un poema para una versión condensada de Sueño de una noche de verano, que perdí en una maldita mudanza. Más que nada el poema era para unos dibujos muy especiales que el libro contenía.

Durante la noche soñé que jugaba a la perinola con Elsa. Elsa era una vecina; yo era muy chica y tenía que saltar una medianera para ir a visitarla. Su casa era muy sucia y algunos vecinos le decían la cosaca, tardé mucho en darme cuenta por qué. Intentaba escribir algo sobre todo eso, cuando una voz que venía desde el pasillo me interrumpió. Amiga, amiga, decía la voz. Salí al pasillo. La voz venía desde el otro lado de la puerta B. Era la voz del hermano de Emilia.
- Disculpe- odio que no me tuteen, pero dada la ocasión.- Nos quedamos encerrados ¿Usted no podría avisar a un cerrajero?
Claro, por supuesto. Llamé al primero que apareció en la guía. Estaba un poco nerviosa, lo admito. Vino un hombre tan bajito que no tuvo que agacharse para trabajar en la cerradura. No quise ser entrometida, así que entré a seguir con mis cosas. Traté de concentrarme hasta que escuché los pasos de Emilia que parecían arrastrarse y la voz de su hermano hablando de lo picado que estaba el mar. Es típico en estos chicos. Apenas llegan al mar, se la dan de grandes conocedores. Qué risa. 

Esa noche dejé sin terminar un poema sobre una zona que visité una vez, cuando era chica. Ahí el agua corre a raudales erosionando las piedras (algunas piedras tienen un musgo verde fosforescente encima). Me dormí en la mesa, sobre una toalla hecha un bollo. A esa hora fresca en la que el cielo se aclara pero la luna sigue estando, me despertó un rumor de voces. Las voces me hicieron soñar un poco antes de despertarme, a pesar de que eran voces agitadas; mis sueños eran tranquilos. Así son mis sueños últimamente, tranquilos. Como ya dije, no quiero ser entrometida, pero algo más fuerte que yo me hizo salir al pasillo. Apenas salí, pisé un charco de vomito sangriento. Un reguero de sangre conducía hasta la salida del pasillo y hasta el coche. Ahí la vi a Emilia; tenía un pijama blanco, a lo mejor con ositos; el pelo negro y mal cortado contrastaba con su cara blanca. Tenía el mentón manchado de sangre. Antes de que el hermano la subiera al coche me dedicó algo muy parecido a una sonrisa, no digo que lo fuera, pero era muy parecido.

Volví adentro. Empapé una toalla, la retorcí y me la puse en el cuello. Después senté a Emilia en el paisaje de mi infancia, la senté bajo la sombra de un árbol, a ver el agua correr entre las piedras.

AUTOR: Matías Rano

martes, 15 de enero de 2013

Visión de fin de año


Visión de fin de año


La calle manchada con el cadáver de los negocios:
pedazos de pólizas, contratos y documentos.
La luz de las últimas horas de la tarde
contaminada con las luces de las primeras horas del día
artificial, eléctrico: un paisaje hermoso y antojadizo,
fijado en el tiempo como una estación nueva,
iluminado con la imprevisibilidad peculiar de lo que pasa siempre
de manera pautada, hasta que un día cualquiera encuentra un sentido
y rompe su rostro fraguado,
con un movimiento de savias en lo profundo.


Tengo nervios mal obturados en la yema de los dedos.
El tacto contamina todos mis sentidos
con texturas, líquidos y recámaras.
Cuando era chico destruía flores,
las exploraba y las desarmaba.
—Capa tras capa,
iba sacándoles todas sus piezas sin violar su construcción;
y luego restregaba mis manos en polvos amarillos,
rojos y anaranjados... Y las olía.

En ningún momento sospechaba la sonoridad de la palabra pétalo
ni los ríos de verbos bordeando sus venas transparentes
ni todo ese bronce que se atasca en nuestros pechos
cuando sentimos el impulso de arrancar
una flor mojada por gotas curiosas
—gotas atrapadas extendiéndonos un ruego
de contacto con tierra, desde el fondo de aquel corazón.

¡Yo sólo ayudo a que las gotas caigan!


Si los papeles ardieran espontáneamente,
si una llama los arremolinara a cada uno en un vórtice propio
este instante de ciudad sería perfecto,
mis ojos serían perfectos... Y podrían sentir algo
plenamente impalpable, plenamente visible:
un cementerio de hojas,
un cementerio de pétalos...

¡Quiero ser el niño de las flores muertas!
¡Quiero ser el oficinista de los reclamos,
notas de anulación, pedidos, solicitudes,
avisos de deudas y memorándums,
libros contables, talones bancarios, facturas y listas de precios
muertos en la ventana, muertos en el aire
—y vivos en el suelo,
rodando y parpadeando su centella cóncava de luz del último día!


Quiero que todo el mundo arda arremolinadamente
sólo para que yo pueda tener una visión.
—La rabia en los dedos ansiosos
es la llama que purifica y perfecciona este paisaje:
¡Este es el fuego de mi infancia, este es el fuego de mi inquietud!




Diciembre 2012, Microcentro



Autor: Franco Bordino

sábado, 12 de enero de 2013

Allen Ginsberg - Paterson




¿Qué quiero en estos cuartos empapelados con visiones de dinero?
¿Cuánto puedo hacer cortándome el pelo? Si le pongo tacos nuevos a mis zapatos,
si lavo mi cuerpo con olor a transpiración y a masturbación,  capas y capas de excremento
desecadas en oficinas de empleo, salas de recepción de revistas, cubículos estadísticos, escaleras de 
[fábricas,
guardarropas de los dioses sonrientes de la psiquiatría;
y si en las antesalas enfrento la presunción de empleados supervisores de supermercados,
viejos cajeros en sus refugios de grasa, los vagos y estúpidos del ego, con dinero y poder,
para contratar y echar y hacer y romper y tirarse un pedo y justificar su realidad de ira y rumor de ira al 
[hombre harto de ira,
¿A qué guerra estoy entrando y a qué precio? La pija muerta de la obsesión habitual,
la visión bruja de la electricidad en la noche y la miseria diurna de la furia que se chupa el dedo.


Preferiría volverme loco, recorrida la carretera oscura hacia Méjico, heroína goteando en mis venas,
los ojos y los oídos llenos de marihuana,
comiendo al dios Peyote en el piso de una choza de barro en la frontera
o yacer en un cuarto de hotel sobre el cuerpo de algún hombre o mujer dolientes;
preferiría sacudir mi cuerpo por la carretera, llorando por una cena bajo el sol occidental;
preferiría arrastrarme con mi panza desnuda sobre las latas de Cincinnati;
preferiría arrastrar una corbata de rieles podridos hasta un Gólgota en las Rocosas;
preferiría, coronado con espinas en Galveston, clavado de pies y manos en Los Angeles, levantado para  
[la muerte en Denver,
perforado en un costado en Chicago, muerto y sepultado en New Orleans y resucitado en 1958 en algún 
[lugar de Garret Mountain,
descender rugiendo en una llamarada de autos calientes y de basura,
el Evangelio de la esquina enfrente al Municipio, rodeado con estatuas de leones agonizantes,
con una bocanada de mierda, y el cabello saliendo de mi cráneo,
gritando y danzando en alabanza a la Eternidad aniquiladora de la vereda, aniquiladora de la realidad,
gritando y danzando contra la orquesta en el salón de baile destructible del mundo,
sangre brotando de mi vientre y hombros
inundando la ciudad con su éxtasis horrible, rodando sobre el pavimento y las autopistas
por los pantanos y los bosques y las grúas dejando mi carne y mis huesos colgados de los árboles.  



Traducción: Franco Bordino 

Remisero


Necesito anteojos.
Estaba usando la técnica de Mario: pasar por las puertas de las agencias y recolectar pasajeros que estén haciendo fila muertos de frío. Lo hacés entre viaje y viaje y la ganancia te queda integra. Tocás bocina y el tipo se acerca. Es mejor hacerlo con conocidos. Los de la agencia no te van a tirar la bronca, al contrario, agradecidos de que les descomprimas un poco.

Circulaba por el centro cuando vi- ¿o creí ver?- a Víctor Leiva. De haber tenido memoria no le hubiese tocado bocina. Recién ahora me acuerdo que fumaba marihuana mientras los demás corríamos en educación física. También rompió el candado de un armario y se robo unos teclados de computadora. inutilidades que marcaban el destino del tipo.
Por otra parte me pregunto si el tipo que subí era Víctor Leiva. quien fuera se acercó y me preguntó ¿qué? Te llevo, le dije. Le hizo un gesto al amigo, el amigo hizo una mueca y se vino.

(La luz me pone lucido)… y me acuerdo de todo lo que me pasó en este último tiempo, tan ¿revulsivo? Me acuerdo por ejemplo de Noelia…
Llegó a casa sosteniéndose la muñeca. La mano le colgaba como una marioneta. Me miró y se puso a llorar. Eso hacen las mujeres cuando quieren que las tomen en serio: lloran. Es una foto. Noelia había sido novia de papá después de que papá se separó de mamá. A veces papá venía a casa y cuando le preguntaba por Noelia él decía: “Salió. Es así, cada uno hace la suya.” Me daba vergüenza que papá usara ese tipo de expresiones. La verdad es que Noelia no era muy linda, tenía mucho de travesti. Pero para un tipo de más de 50 cualquier chica de 27 que no sea muy gorda y tenga ojos azules está bien.
papá había empezado a mascar chicle, se había tatuado y había consiguió una chica mejor que Noelia y Noelia había intentado cortarse las venas, pero en lugar de las venas se cortó los tendones y así vino a casa: con la mano colgando. La hice pasar, la curé y desgraciadamente nos quedamos solos.
Papá quiso volver con ella cuando entendió que la cosa con la chica nueva no iba, y que con Noelia había algo después de la cama… pero Noelia le dijo lo que habíamos hecho. Y papá ya no me habla.

Víctor y el otro se codeaban. ¿Cómo va la cosa, tanto tiempo? Pregunté. Se miraron. Víctor, dije y repetí la pregunta. Ah.
Ninguno dijo nada.
Me llevaron hasta la ruta mientras hablaban de un tal bebote. Tenemos que ir a buscarlo ahora mismo, dijo el amigo de Víctor. Y Víctor dijo: la cagada ya está hecha. Metete en el camino, papá, dijo alguno. ¿A dónde vamos?
Víctor – o quién carajo fuera que iba en el asiento trasero de mi Senda- quiso pegarme, pero el otro lo frenó. Vamos al hospital.

No se porqué pero también me acuerdo de mi hermana…
Un día me llamó y me dijo: estoy de novia con Un-ermitaño-budista-zen-rastafari-taoista-monje-tantrico-vegano-ascético-urbano-que-escribe-poesía-vanguardista-improvisando-al-ritmo-del-jazz-y-medita-en-el-subte-rodeado-de-objetos. Me lo dijo como si yo supiera de toda la vida lo que eran esas cosas. El tipo meditaba en la boca de la línea C. Y mi hermana laburante-estudiante lo llevó al departamento, lo bañó, le hizo el amor y lo secó. Le dije que no quería saber tanto. Al tiempo volvió a llamarme. La sentí agotada. Agotada. Y había tenido que abandonar la carrera.
¿Y él? Pregunté. y dije: ¿No te das cuenta que es un hijo de puta y te está viviendo? También dije que lo iba a golpear.
¡Vos estás loco! Me dijo. Y me dejó hablando con el tubo.

En el asiento trasero hablaban de lo conveniente que era sacar cuanto antes al bebote del hospital. Me ordenaron no parar en los semáforos.

(La luz… mamá.)
Mamá vestida de Sarah Kay yendo al baile semanal del centro de jubilados. El sábado pasado los compañeros de trabajo me hicieron una bromita. El coordinador levantó el tubo. Es tu mamá, dijo, dice que vayas urgente, que se quedó encerrada. Eran las siete de la mañana, pero ya saben como son las viejas… llegué, usé mi llave. Abrí así, de sopetón: ella tiene sesenta y dos años. Estaba en el sillón besándose con el Elvis de Merlo. Y ya que estoy lo digo: el hombre tenía una mano metida en la bombacha de mamá.
Yo no se que le pasaba a mamá, tampoco se que le pasaba a mi papá ni a mi hermana.

(Cuando llegue la luz voy a recibirla…)

Llegamos al hospital. Víctor bajó. Mostró la culata de un revolver. Se llenó de aire y entró al hospital. ¡Vamos a la parte de atrás!, dijo el otro.
La parte trasera parecía un frontón. La zona era un desierto.
¿Por qué en ningún momento se me vino un flash de mi abuela? Sueño mucho con ella, sin embargo en el momento en el momento del FOGONAZO, Cuando me vinieron todos los recuerdos que conté y me cagué encima no me vino ningún recuerdo de mi abuela.
De la mañana que íbamos de terminal a terminal en el tren, hasta que un guarda nos paró y ella tuvo que darle su reloj. La verdad es que no me acuerdo de eso, pero me acuerdo de mi abuela contándomelo en diferentes mañanas de domingo… de invierno, de verano, de lluvia… Querías ser maquinista, me decía, siempre íbamos a ver los trenes. Una vez fuimos de Moreno a Once, de Once a Moreno y de nuevo de Moreno a Once, sin pagar boleto, hasta que un chancho nos enganchó, etc.

Se me ocurrió una idea y me jugué. El amigo de Víctor Leiva se preocupó por su camarada que no volvía. Pensé que quería entrar para apoyar a su compañero y que no lo hacía por miedo a que yo me fuera, entonces me iluminé. Dije: “Yo quiero cobrar mi viaje. ¿Entendiste? Yo no trabajo gratis.” La gran frase fue: “A mi no me sacan de encima hasta que no me pagan el viaje… yo no estoy acá…” disimulé bien el temblor de voz. Creyendo que yo no iba a moverme de ahí, el compañero de Leiva bajó dispuesto a meterse en el hospital. Pero pensé que todo se me iba a la mierda: Víctor venía, cargando a un gordo enorme y pelado.
Puse el coche en marcha.
Trabé las puertas.
Víctor sacó un 38.
Me apuntó.
El hijo de puta le apuntaba a un ex compañero de primario como si nada.
Aceleré.
Tiró.
Sentí una ráfaga en la cara.
El fogonazo
Los recuerdos
la caca en el calsón
en un kiosquito una botellita de Coca.
Llegué a esta casa que no es mi casa. Es una casa… basta de cuento.
Es una casa que cuido y listo.
Me quedé temblando en el suelo hasta que los Testigos de Jehová tocaron el timbre. Había tenido una iluminación, no podía ser tan soberbio de adjudicármela.
Los atendí.
Una mujer de polleras anotó mi nombre en una planilla y me dijo que a la tarde iban a dedicarme una oración. Le sonreí.
Mi abuela nunca se perdió, ella y yo fuimos los unicos en la familia que no nos perdimos…
Salí al patio, me senté en el piso a esperar el amanecer… y acá estoy, me pongo de pie y subo al montecito en el que está encajada la pileta, a calentarme con la luz del sol.

Autor: Matías Rano

Viaje mínimo



Es una historia estúpida, suena estúpida. Tito dice que no es tan estúpido si lo analizamos... hoy en día la familia está perdida, no hay parroquia ni nada que contenga a los jóvenes. Si el muchacho (se refiere a Alejandro) hubiese creído que Joaquín vendía un hongo que lo hacía volar, también venía y lo compraba. Se trata de cualquier cosa que los saque de la vida real.
Con tito tenemos un poli polirubro. Trato de contar algo serio y esto parece broma, pero es así. Abarcamos demasiado, desde alimento para lactantes, hasta diversión para los adolescentes del barrio. También brindamos medio de transporte. Joaquín, mi hijo, se encarga del remís.

Le pregunté la otra noche:
—¿Hijo, vos sabías todo esto y sacaste provecho?
—Mamá, dejame dormir. —dijo. Es entendible. Tito se lo preguntó mil veces, se lo preguntó un policía. Hablábamos de provecho económico.

"Un viaje en el tiempo" dijo tito en el desayuno "no debe estar menos de 100 pesos".
Lo dijo con humor, pero yo no estoy para chistes. Eso convertiría a mi hijo en un delincuente. En cambio, si lo hacía por diversión, bueno... ¿Quién hubiera imaginado lo que pasó después?

Vamos al día que empezó todo. Un viernes a la noche, se apareció un muchachito solitario. Se paró en la puerta del almacén, se dio cuenta de que asustaba con esa capucha y se la sacó.
—señora —dijo, se disculpó—, necesito hablar con el remisero. Pero antes tengo que pasar.
Subió al primer piso, donde están los videojuegos y el pool.
Yo creo que ese chico vivía o quería vivir en un sueño. Eso es lo que pasaba.
(Voy a decirles algo íntimo: cuando sueño no me privo de nada; no cuento mis sueños, nada tienen que ver con mi infancia o mi papá. Mis sueños son otra cosa, en ellos hago lo que quiero, sin límites. Esto le pasaba al chico Alejandro, se sentía en un sueño cuando hizo lo que hizo.)
Arriba estaban los amigos de Joaquín, jugando a los videojuegos. Creo que Alejandro subió a entregarles plata. Creo que le vendieron el pasaje al futuro porque el chico bajó con un papelito. Y se lo entregó a mi hijo.
Me imagino al muchachito diciéndole a mi hijo: diez años al futuro. Pero eso ¿quién podría saberlo?
Lo que es seguro es que los amigos de Joaquín sacaron provecho. Le vendieron la mentira como si le vendiesen droga. Ni para dílers sirven. Sí, es una historia estúpida.
El muchacho, Alejandro, está desaparecido. Lo vieron prender fuego una casa y disparar una pistola. El chico creía que el Renault 21 de Joaquín era una maquina del tiempo.
¿Cuanto cobrás el año? ¿El mínimo es de dos meses? Che, llevame una horita para atrás que llego tarde al trabajo. Bromas del barrio, pero hay muertes de por medio.
Alejandro parecía presa fácil, uno de esos chicos oscuros, al estilo junior de patagones, dice tito. No era del barrio, venía de capital.
Desde ese viernes a la noche, el chico empezó a venir cada viernes. Joaquín lo llevaba siempre al mismo lugar, todo derecho.
No puedo dejar de imaginar al chico dando un billete de 100 a mi hijo. El muchacho le pedía que lo pasara a buscar en media hora. Joaquín no lleva a chicos a comprar drogas, cuando sospecha que se trata de eso, deja de llevarlos. Él dice haber creído que se trataba de sexo.

Un viernes a la noche Ezequiel —uno de los desocupados por elección, amigo de Joaquín— se apareció vestido como uno de los personajes de la película Mad Max y atacó a Alejandro con una navaja. Yo estaba por salir con la escoba pero Manucho apareció vestido de eternauta y defendió al "chico oscuro".
Joaquín se llevó al chico al barrio de los abogados y al rato Manucho vino sin el casco y me dijo que el Street fighter le había tragado las monedas. ¿Qué carajo haces vestido así?, le pregunté. Vago de mierda...

Cuando salió en el diario la casa que incendió el muchacho, Tito dijo:
—Nadie habla del ciruja que dormía ahí. El nene se habrá divertido de lo lindo viéndolo arder.
Hoy escondí el diario para que no se vuelva a hablar del tema. El chico apareció rostizado en una casa abandonada.

Levanté la cabeza del diario y le pregunte a mi hijo:
—Si todos los viernes te pedía que lo lleves y después lo fueras a buscar ¿que pasó ese viernes que no lo fuiste a buscar?
No contestó. Se fue revoleando las llaves del coche, a llevar pasajeros. Arriba, estaban los dos amigos de Joaquín. Subí. Manucho jugaba un juego de pistolas. No pude dejar de mirarlo. Ensañado, disparando contra gente de mentira.
Ezequiel dijo:
—No nos pueden encarcelar por una broma del día del inocente, doña Marta. Nosotros no vendemos droga ni nada. No sabíamos que la cosa iba a terminar así.
Manucho, sin dejar de disparar, dijo:
—Joaquín solamente le cobraba los viajes. Sí a nosotros alguna vez nos tiró una comisión...
—¿Qué?
El otro lo codeó.
—Nada, Marta —dijo Ezequiel— el pibe tenía una vida difícil, tarde o temprano iba a terminar así.
Después me contaron que Alejandro era compañero de karate de ellos y siempre los invitaba a jugar con la playstation. Dos muchachos que deberían tener la vida resuelta jugando con un chico de 16 a la playstation. Incluso Manucho, tiene un nene en edad escolar.
La broma había surgido mientras jugaban. Se habían dado cuenta de que el chico era capaz de creerse cualquier cosa. Manucho le dijo: "¿Sabés que tenemos un amigo que tiene una maquina del tiempo?".
28 años cada uno, y proyectaron esa broma, según ellos sin fines de lucro. La proyectaron con el mismo entusiasmo de un emprendimiento comercial.
—Así que el chico usaba el futuro como una realidad virtual —dijo Ezequiel—. En el futuro hacía de las suyas, total, después volvía al pasado o al presente, yo que sé. Dicen que abusó de una chica, se exhibió...
—Con razón Joaquín cuenta que el chico a veces subía agitadísimo al coche —dije.
—Lo único que hacía joaquín es traerlo marcha atrás, como volviendo al pasado, o sea al presente, Marta —dijo Manucho.
Así que mi hijo también participaba.

Es la cosa más estúpida que escuché en mi vida. Después de oír a los vagos volví a casa y me tiré al sillón. No sabía si llorar o reírme. Tito miraba las noticias. Había más, mucho más sobre el caso del chico oscuro.
Le dije a tito lo de la marcha atrás.
—Es así —dijo él—. Sin familia, sin Dios... Estas son las cosas que pasan.
Pero esto es demasiado estúpido.

AUTOR: Matias Raño

El hombre santo





El hombre santo teje su telaraña.
Le dicen santo porque mata mejor que ninguno
Y porque recita los mejores epitafios.
Por eso es santo y es extraordinario,
porque ejecuta la muerte
como quien practica un arte.
Es minucioso, austero, disciplinado y veloz,
Pero sobretodo piadoso.
No mata con gusto
ni con displicencia.
No mata como un sicario cualquiera.
El hombre santo mata con dolor
porque sabe que está matando.
Uno -si pudiera-
moriría repetidas veces bajo su puñal.
Tan delicado es,
que la luna detiene su marcha
para contemplarlo y oírlo
matar y cantar.
Su voz -como un arrullo- despide al moribundo.
El hombre santo canta versos dulces
al oído de su víctima.
Aquellos mismos versos
que le cantaban en su inocencia.
La Muerte
Y el nacimiento,
para un nubio santo,
es todo lo mismo
cuando mata a orillas del Nilo.


Autor: Gustavo Roumec
Ilustración: "El surrealismo del fénix" de Marilola

miércoles, 2 de enero de 2013

Un tigre



Un tigre merodea por mis tierras.
Lo veo por las noches
a lo lejos, recorriendo los esteros húmedos.
Se roba mis gallinas,
lastima el ganado.

Viene de otros tiempos,
de mi niñez,
de mis primeros miedos,
casi ancestral y mítico.

Lo escucho desde mi lecho
al alba.
Desafiándome o pidiendo perdón,
no lo sé.
Un bramido ahogado
que va rasgando las ideas.

Y lo escucho en la soledad de los campos
multiplicándose entre los montes,
En un eco
Hermoso eco
Salvaje eco
Recuerdo eco

En la madrugada lo sueño.
Se devora a mi padre
y lo salgo a buscar.
Recorro con los perros todo el lugar,
rastreo y lo encuentro
pero bajo la negra luna
no puedo hacer nada.
Mato a los perros y me libero.

Autor: Gustavo Roumec
Pintura: Elsa Gillari.

Nocturno



Quedamos solos esta noche
Y entre las sombras marchamos.
Con movimientos torpes.
Yo aferrado a tu brazo, te sigo lento,
Midiendo cada paso para evitar tropiezos.
El miedo nos paraliza,
Pero la curiosidad nos impulsa
Porque es caprichosa
Como un niño.

Y en mi recuerdo: el camino,
Como un viejo mapa que de a poco voy reconstruyendo
En mi memoria.
Lo dibujo con cuidado,
Para no equivocar el rumbo,
Pero me equivoco
Y entonces comienzo todo de nuevo
Hasta dar con el sendero correcto.

Ahora yo me adelanto
Y te aferras a mi brazo
Para seguirme lenta y pesada
Como un sol.

Será la ceguera
O los años que se arriman con vehemencia
Golpeándonos el cuerpo.

Quien nos vea dirá que
Somos sombras que caminan,
o ni eso.


AUTOR: Gustavo Roumec