Sobre el Hombre Topo

SOBRE EL HOMBRE TOPO:

Somos un grupo de producción literario e intelectual definido por su obsesión por la crítica cultural, la escritura, el cine, la filosofía y la traducción. Esperamos difundir ideas, textos, traducciones, fragmentos inteligentes de una luz no tan lejana.
Escriben en esta revista: Franco Bordino, Matías Rano, Gustavo Roumec, Tiépolo Fierro Leyton, Juan M. Dardón, Tomás Manuel Fábrega y Xabier Usabiaga.

martes, 27 de enero de 2015

Miércoles de cine



Años más tarde ─en la ciudad─ pocos creían a Marcos aquellas anécdotas de los miércoles de cine en el bar de su pueblo.
 Él llegaba al bar, se ubicaba en el sillón de terciopelo, se cruzaba de piernas, ponía el paquete de cigarros sobre la mesita, pedía una coca, y esperaba la llegada de Charly, que a veces venía con León, su pareja.
 Una noche, Juan XXIII se le acercó, y le dijo: ¿querés saber porque me llaman así? Acompañame al ba…, pero justo en ese momento Walter lo tomó del cuello. No había problema con el que Walter no pudiera. Esa misma noche, al bar entró un muchachito casto, un adolescente inquieto y bastante bien ejercitado. Se sentó solo en una mesa. Pidió vodka pero no le vendieron.
 Charly y León llegaron cerca de las diez, esta vez León tenía un guion. Decía que iba a viajar a Los Ángeles y se iba a pasear con el guion por las calles. Que era una gran novedad, etc.
 Después, Charly comenzó con el relato de la película: un encapuchado se paseaba por un pueblo, cargado una bolsa llena de armas.
 Se detuvo en una escena que comenzaba con un muchacho de pelo largo buscando un encendedor para prenderse el cigarro. Las calles desiertas. El muchacho vio venir, a lo lejos, al encapuchado de la bolsa, se levantó y fue al encuentro, ¡ey, viejo! No tendría fuego, dijo (Charly  imitaba al tipo con un cigarro apagado en la boca). El encapuchado lo ignoró. Fuego, insistía el fumador haciendo la mímica. Entonces el encapuchado saca del bolso una Astra.
¡wow! es la mejor replica que vi en mi vida, dijo el fumador. La vista del alza regulable y todo.
 ─ El encapuchado se puso a hablar como un manual: ostenta el privilegio de ser la única pistola que, disparando un cartucho de la envergadura del 9 Mm largo, utiliza un cierre por inercia de masas.
Y el fumador responde: coño, los españoles tendremos un cine de mierda, y seremos un puñado de africanos en medio de Europa pero las armas son hermosas.
  Alguien del público interrumpió a Charly: no agregues cosas, tío. Pero Charly siguió:
 ─ El encapuchado entrega el arma al fumador, ¿tiene la llama muy larga? Pregunta el fumador. El encapuchado dice que no. El fumador se acerca el arma a la cara, aprieta el gatillo. Medio cráneo vuela como un pedazo de coco. La escena termina con el encapuchado yéndose hacia el crepúsculo mientras patea el trozo de cráneo. Cuando ya se ve pequeño le da un tremendo patadón y se pone a saltar y a festejar. Y le ponen la música de carrozas de fuego.
 ─ El cine español no tienen códigos─ concluyó León.

 Cuando Marcos cuenta sobre los miércoles de cine en el bar de Puevlo a sus amigos de la ciudad, lo que los compañeros le dicen es que todo es muy confuso porque se les mezclaban los tantos, ¿cuál parte es la película y qué es lo que pasaba en el bar?

¿Cómo era el bar?
 El bar era una vieja casona que abría después de las siete de la tarde. Ladrillo a la vista. Humedad. Caños. Piso de madera. Aquél miércoles el chico casto dijo:
 ─ No me tomen como a un suicida estúpido.
 ─ Todos los suicidas son un poco estúpidos─ dijo Marcia desde el otro lado de la barra.
─ Necesito que me acompañen,─ dijo el casto.
Todos los que estaban en el bar salieron atrás del casto por las calles heladas del pueblo.
 ─ ¿Vas a suicidarte?─ Preguntó la oriental.
 ─No, solamente es una prueba física.
 Iban hacia la vía, no faltaba mucho para que pasara el tren. Llegaron y se sentaron a esperar ¿Qué?
Charly acercó sus manos a la nariz de León, las olfateó y dijo que así deberían oler las manos de los vietnamitas que cosechan arroz.

Entonces, pequeña, a lo lejos como un pequeño sol en medio de la noche, la luz del tren.
La prueba del muchachito casto consistía en hacer 40 flexiones de brazos en la vía antes de que el tren lo pasara por arriba. Es un suicidio, dijeron algunos; es una forma de suicidio, otros, es una locomotora, dijo León. 
 Pero no hubo forma de convencer al chico para que no lo hiciera.
 Boca abajo en la vía comenzó con las flexiones. Hicieron la cuenta regresiva. Alguien dijo: no tendríamos que haber contado la cuarenta. En la 28 el chico empezó a flaquear. Una cosa es hacer flexiones en la casa, con el ambiente cálido, otra con este frío, a esta hora, sobre ese suelo tan duro y desparejo, comentó alguien.
 Marcos nunca cuenta como terminó la prueba del chico casto; el relato salta a cuando llega el patrullero y detiene a los espectadores que habían apostado.
 Marcos no fue detenido, quedó afuera, siempre quedaba fuera de todo; lo único que hacía durante los miércoles de cine, era mirar. Ponerse a una distancia considerable, en una posición cómoda, y mirar.


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